El corazón que todo lo sentía

por Noa Abraham


Nunca nunca antes me habían dejado sola en mi casa. Tuve que esperar a los 14 años para poder hablar en voz alta con el tipo que vivía en la bañadera. Fue muy incómodo. Cuando pasás muchos años hablando en vos bajita, lo que la gente llama susurrar, la primera vez que hablas normal, lo que se dice en voz alta, común, uff, bueno, es difícil de explicar, la voz que me salió fue horrible. Sentí que esa voz iba a delatar que yo era una chica común, normal, nada extraordinario y que por lo menos desde los 4 años lo estaba engañando, haciéndole creer que yo era especial, una chica rara que se animaba a hablar con un desconocido en el baño. Él quiso disimular el desagrado de mi voz e hizo lo peor del mundo: hizo de cuenta que yo seguía susurrando ¿y cómo lo hizo? siguió hablando bajito, como siempre, como si hubiese más gente en la casa. Era una invitación a que no cambie la voz, así lo entendí.

Cuando cuento esta historia y lo hago desde los 4 años la gente no reacciona bien. Salvo las psicólogas, ellas son de escuchar respetuosamente. Y hacen preguntas interesadas. No las suficientes como para tener a un tipo en el baño. Les falta algo para eso.

Además, no hay nada de horrendo en esto ni de miedo, es una decepción.

Incluso es probable que si alguien lee esta nota-mi mamá, las psicólogas- quiera dejarla en este momento. Pero a mí no me gusta exagerar, no es mi estilo.

Hay algunos detalles interesantes. Una cosa importante es que es ciego y por eso habita los baños, por los olores que son tan variados. Para verlo lo único que tenía que hacer era correr la cortina un poco. Entonces sus ojos me miraban. Bueno, es una forma de decir.

Su vida no era muy alegre, me contaba cosas horrendas que la gente hacía en los baños. A a veces se ponía mis bombachas, las que dejaba colgando en las canillas. Y lo bien que hacía, no siempre me gustaba verlo desnudo. Su piel era pegajosa y húmeda, tenía hongos por todos lados. Pasaba mucho tiempo pegado a la pared del baño y bueno, él decía que era por eso.

La sangre, el olor a la sangre es mejor que verla decía. Hay gente que se desmaya viendo, mi tipo olía como ninguno.

Y recién a los 14 años me pidió sangre. Yo moría de ganas de menstruar porque sabía que con los años nuestra relación iba perdiendo fascinación y quería introducir alguna novedad, algo diferente, el olor a mi sangre menstrual. Por supuesto, él sabía como olía la sangre de mi nariz, la de las lastimaduras. A veces me sacaba la cascarita para darle algo mío.

Ahora, lo que sigue. Durante un año junté mi menstruación en frasquitos que escondía. No tenía nada en mente, ningún plan. O tal vez sí, pero no lo sabía. Hoy que nos quedamos solos por primera vez, tuve un detalle muy especial. Llené la bañadera con los frasquitos, pero no era mucha sangre. Apenas logré unos dos centímetros. Él tenía los agujeros de la nariz muy dilatados y yo sentí que no era suficiente. ¿Si el amor no se ve ni se siente, existe? Yo quería darlo a sentir, quería sentir lo simultáneo del amor.

Pero mi cuerpo está hecho de sangre, muchísima, cinco litros según la profesora de biología. ¿Y mi gato, cuánta sangre tiene? No lo sé, pero veo la bañera llenarse de a poco.

Y vos mamá, que nunca me creíste, cuando vuelvas vas a tener que limpiar todo este enchastre que te dejo.


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