Crecer o creer en la magia de las cartas

Por Jesica Szyszlican


Una amiga nos va a tirar la carta de Arcanos Mayores. Tengo una ansiedad suave, casi plumífera, que cosquillea en mi pecho hasta que me toca. Siempre me divierten estas cosas: el tarot, el I ching, los signos zodiacales, el calendario chino y maya y tantos otros, verosímiles o no. Mundos con respuestas y secretos por explorar.

Es mi turno: “A vos, el Príncipe de Oros”. La tierra y la luz, lo económico y material, perseverante, “alguien en quien se puede confiar”, preocupación por el oro, amor por el oro y el trabajo. Qué locura, me representa, al menos en este momento tal vez me representa, es en lo que más pienso, crecer y crecer. Recién se borró la C y escribí “creer”. Creer también, supongo. Quiero estar en la cresta de la ola. Me gustan esos dichos populares. Estar frente a un camino, los sucesos ponen palos en la rueda (otro dicho popular hermoso), pero al fin y al cabo está todo por delante, y eso no pasa siempre. No quiero que el texto tome un aire de coaching o de libro de autoayuda, mejor abandono la idea del camino. Aunque a veces no encuentro mejores formas de decir. Y por qué despreciar esas imágenes claras, prácticas, que pasaron de boca en boca por tanto tiempo, escenas bellas y simples que interpelan, por qué regalarlas con tanta facilidad. Si no las usamos nosotros, las usa el mercado.

“Haga sus movimientos con autoridad y confíe en sus acciones sin esperar reconocimiento o aprobación. Muy pronto recibirás bendición tras bendición. Si puede aprender a sentir ese tipo de confianza en su cuerpo y sentirse cómodo con él como su estado natural, atraerá el apoyo que desea”.

Eso dice Google. Viene la bendición, la bendición… ¿La bendi? Qué miedo.

Me acuerdo de un amigo que escribía los horóscopos para una revista, se divertía inventando pronósticos e instrucciones de amor, trabajo, dinero y cambios, hasta el límite de lo posible. Y alguien, tal vez desesperado, picaría ese anzuelo colorido de certezas.

Es solo una carta, casi un juego. Debería volver a ponerle la C a CREER, construirla con cemento, susto y recelo. ¡Un príncipe de oro! No. Hay que crecer en los años, en la tierra, sin esos ropajes reales. De la realeza, quiero decir.

Me imagino al príncipe, deidad masculina esperándome en un futuro dorado repleto de frutos. Desde esta incertidumbre dan ganas de estirar la mano para agarrarlos, rozarles la cáscara desde lejos, probar un gajito nomás para saber si son ricos, si son de verdad, reales, a ver, ¡dejame! ¿entonces vengo bien? ¡dale, decime! ¿sigo así?

Es increíble: aflora enseguida una segunda persona, un vos a quien rogar y pedir. Y su silencio, su misterio. Apenas una leve distracción imaginativa, y ya se me escapa la C de nuevo. Cómo me divierten estas cosas.

Reales. Es solo una carta. Pero qué difícil dejar de lado esa magia cuando nos aplaude de tal manera.


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