Las mujeres no somos rollos de papel higiénico

por Andrea Cacace

Estuve esperando el momento para escribir algo para el Día de la Mujer. Quien me conoce sabe que tengo el defecto de procrastinar aquello que me importa. Pero prefiero escribir tarde que ser puntual escribiendo cualquier cosa que no me atraviese.

Me gustaría hacer foco en algo particular del hoy de las mujeres: cómo nos tratamos entre nosotras, específicamente en vínculos sexo afectivos lésbicos. Pero creo que la reflexión puede extrapolarse a diversos vínculos y géneros.

Empezaré diciendo que siempre sentí un cierto orgullo y placer en ser mujer. Y otra cosa que siempre me encantó fue gustar de mujeres.

Pero, ¿por qué me consideraría suertuda de ser lesbiana? No es fácil ser homosexual, pero yo siempre me sentí privilegiada de que me gustaran las mujeres por contar con ciertos superpoderes como la sensibilidad, empatía, comunicación y un largo etcétera.

Y es que ser mujer y lesbiana siempre lo viví como una resistencia a la parte dañina del sistema. Si el mundo iba rápido, mis parejas y yo íbamos lento; si el mundo era hostil, nosotras nos reafirmábamos en la ternura; si el suelo temblaba, las mujeres amantes nos dábamos la mano.

El tiempo pasó – ya llevo 34 años de experiencia – y descubrí que las mujeres somos humanas y errantes. Después de subir montañas cargando el peso de mi cuerpo entero, un día acepté lo inevitable: soy – somos – imperfectas. Ese día, el romanticismo empezó a mezclarse con algo un poco más terrenal.

A veces veo documentales de feministas del siglo pasado y siento tanto orgullo que mis ojos se vuelven dos charquitos de agua. Es vital recordar que hay mucho que celebrar y de lo cual sentirnos sinceramente orgullosas. Pero, claro, no nos detenemos acá: seguimos hurgando por los ventrículos del cuerpo de la sociedad.

Y llegamos al hoy. Y en este hoy quiero decir algo que me preocupa: las mujeres estamos cayendo en errores que históricamente han sido “muy de hombres”. ¿Qué tipo de errores? Los errores que tienen que ver con consumir a las personas como productos. Obviamente, no todos los hombres se manejan de esta forma, yo en mi vida tuve ejemplos de hombres increíbles.

No nos culpo por este error, sería el colmo. Pongo esto sobre la mesa con la esperanza de que sirva para que no caigamos en una nueva trampa que nos hace daño y enferma nuestros espacios.

Tengo la sensación de que actualmente las cualidades que mencioné más arriba – sensibilidad, empatía, etc. – se siguen viendo como debilidad y algo “poco atractivo”. Entre las lesbianas, lo que atrae es “la mina fuerte, segura de sí misma, que siente poco y es racional”. Estas cualidades (¡oh coincidencia!) componen el imaginario históricamente asociado al hombre.

El otro día fui a un debate cinéfilo de lesbianas y al finalizar la ponencia, la propuesta fue bastante masculina: música alta, todo muy urbano, no nos podíamos ver ni escuchar. Las opciones eran gritar o besarnos sin dialogar. La lógica de: veo un producto y si me resulta atractivo, lo consumo. El piloto automático consumiendo de forma compulsiva hasta aburrirse y actualizar el modelo – como un IPhone. Y acá es donde me pregunto: ¿cómo son los espacios que frecuentamos y qué tipo de interacción fomentan entre nosotras? ¿De qué forma nos divertimos, qué características tienen nuestras noches?

Aquella noche la música seguía, las luces de la fiesta giraban, y yo era una cabecita con lentes de marcos negros que se preguntaba ¿cómo nos estamos relacionando actualmente las mujeres? Me respondió el relato de una chica contando que cuando se separó de su esposa luego de trece años, su corazón se cerró y empezó a dormir con mujeres de forma casi compulsiva. Dijo que incluso dos o tres citas por fin de semana.

Esta es una era con maravillas, pero también problemáticas. Pienso en la antigüedad cuando era un milagro que pudieses besarte con otra mujer – cuanto más, tener sexo. Hoy en día parece que tener sexo es, realmente, como usar un papel higiénico y luego desecharlo. ¡Es “tan fácil”! Está literalmente al alcance de la mano, a través de las apps.

Pero, ¿luchamos tanto para conquistar “esto”? ¿Nos gustan los errores “muy de hombres”, como dejar a una pareja luego de años por alguien más joven? ¿Nos satisface el sexo entendido únicamente desde un punto de vista material y sin comunicación? Lo que más escucho es que al día siguiente gran parte de las mujeres se sienten vacías. Y luego de los 35 años, las mujeres lesbianas se sienten desilusionadas y desesperanzadas en el amor.

Me interesa dejar esta imagen: las mujeres no somos rollos de papel higiénico.

Mi abuela y mi mamá me enseñaron a honrar a las demás personas y tratarlas con respeto y valor, no como productos desechables buscando la última versión.

Mi intención con este texto es invitar a una mirada de “extrañamiento”, como se le llama en el teatro al mecanismo de volver extraño lo que naturalizamos de nuestro día a día. ¿Por qué se volvió tan hostil el ambiente lésbico, si tenemos la habilidad de la comunicación y la empatía? No tengo respuestas seguras, sólo teorías.

En cuanto a mí, seguiré apostando por tratar a la mujer frente a mí como si fuese aquello que es: alguien importante y valioso. La amorosidad es, sin dudas, mi gran pequeña revolución.

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