Réquiem, poema sin héroe y otros poemas de Anna Ajmátova

por Constanza Martinez Lacourt


Como en el pasado florece el futuro, en el futuro se pudre el pasado.

Invocando un eco lejano desde el crepúsculo hasta el alba, una estrella observa una fábula hecha realidad. En una cortina de nubes la niebla cuelga del aire sobre el tapiz bajo el ícono, se oyen voces más nítidas y audibles pero no se despega el humo del suelo y el verso libre deja caer sus alas en el amargo aire del destierro como si fuera un vino envenenado mientras un cisne se desliza sobre siglos y admira el esplendor de su propia imagen. 

“Los pasos suenan de los que no están;

aquí, sobre la pared brillante,

sube azul el humo de un cigarro.

Aparece reflejada en todos los espejos

la imagen de quien no llegó,

aquel que no pudo acercarse a esta sala.

Bueno o malo, tanto como cualquiera,

Leteo, sin embargo, no le impregnó de frío;

a su mano cálida no le restó calor.

¿ No sería posible, oh huésped del futuro,

caminante, que a visitarme vengas,

a mano izquierda según pasas el puente?”

Buscando detener la corriente de un gran río en la ciudad embrutecida, las huellas no llevan a ninguna parte, sólo nos separa un leve suspiro y poco a poco nos dejan las sombras que hemos dejado de invocar porque nos espantaría su retorno.

Los delirios resucitan, carecen de fondo en el umbral y como quien se acuerda de algo vuelve la cabeza y en voz baja sobre el hombro, Anna advierte la palabra e igual que un copo de entonces, se funde en la mano confiada la nieve.

Embestida por una honestidad intimista con vaivenes anímicos que prefieren no pensar en lo que los espejos reflejan, donde el silencio vela el silencio, y sólo el espejo sueña con el espejo escribiendo todas las alondras del mundo que horadan la profundidad del éter.

“en mi sueño parecía

que lo que escribía era un libreto,  

y la música se negaba a cesar.

Pero también el sueño es una obra…”

La espera llega a su fin. En los disfraces, una sombra hueca sin rostro y sin nombre, se vestía con ellos, deshaciendo ese polvo que no tiene culpa y de nada se siente culpable: ni de esto ni de aquello ni de lo de más allá, y es que a los poetas los pecados no les favorecen.


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