En tiempos de dictadura

por Carina García


I

   Ocurrió tan rápido que le costaba recordar. Estaba en una pequeña habitación con dos colchones en el piso, junto a cinco chicos más. Hablaban despacio para no ser escuchados por los guardias. Quizás también los habían capturado por el mismo motivo.                                          

   Sentía la boca seca, tal vez era sed, o miedo. Le dolían las muñecas que apenas media hora antes habían estado esposadas. Sus compañeros de celda tenían un aspecto que denotaba varios días de falta de sueño, baño y comida, pero la charla continuaba. Hablaban de cómo mandar mensajes a sus familias para que supieran que estaban vivos, pero había muchas contras. Tampoco se les ocurría una buena forma de escapar, era casi imposible. Las esperanzas no faltaban, pero no eran demasiadas.

Aquellas luces del techo estaban todo el tiempo encendidas, no podían diferenciar el día de la noche. Les llevaban comida de vez en cuando, y a veces, la espera era interminable para recibir otro bocado. Debían pedirle al guardia para ir al baño, y no siempre les concedían la salida.                           .

   Era peor que estar en una cárcel de verdad, ¿o acaso lo era? En realidad no lo sabían.                                   . 

II

   Militaba en la izquierda, en aquel tiempo era un fuerte activista, que no dejaba tema fuera del debate político. Su casi fanatismo provocó que algunos amigos que no pertenecían a la militancia se alejaran de él. Dado su compromiso con el partido, no tenía mucho tiempo para dedicar a otras cosas.

   Pasaron algunos años hasta que decidió dejarlo por un tiempo de lado; al fin y al cabo no le daban de comer ni le aseguraban un futuro.

III

   La pequeña ventana, en el extremo de la celda, estaba tapada. Felipe, sin pronunciar palabra desde su llegada, logró colgarse de los barrotes e intentó sacar la chapa que la cubría. Debilitado por la falta de alimento, le llevó tres intentos expulsarla y los ojos le ardieron por el sol radiante de pleno febrero. El temor reinó entre sus compañeros, un guardia se acercaba.

   La escena le costó una buena paliza que lo dejó tirado en el colchón por un buen rato. Algunas horas, o tal vez un día completo, no lo sabía.

   Aún seguía atontado, pero quiso intentarlo de nuevo. Volvió a colgarse y de a poco, con la poca fuerza que le quedaba en los brazos, comenzó a mover los barrotes oxidados. Pudo romper uno con mucha paciencia, y gracias a la extrema delgadez a la que había llegado, pasó por el hueco. Llevaba cartas de los compañeros para sus familias y les prometió que volvería con ayuda para sacarlos.

   Ya había oscurecido. Corrió por el descampado hasta llegar a una calle asfaltada, parecía estar en medio del campo. Algunos autos pasaron sin hacer caso a sus señales de ayuda, hasta que por fin lo hizo un policía de la zona. Ante la desesperación de Felipe, lo llevó a la comisaría del pueblo, y allí pudo denunciar lo que les había ocurrido y que cinco chicos más aún estaban secuestrados.

IV

   Despertó del sueño pesado, el colchón en el piso le hacía doler la espalda. Sus compañeros  miraban el rostro desfigurado y le recomendaron que no hablara. El mismo guardia que les llevaba la comida, lo apuntó con el arma y le dijo: – Levántate chico, de esta no te salvás. Sos el próximo. 


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