Si te sacas una selfie y no la subís a instagram, ¿realmente te la sacaste?

por Bruno Valentino


Recetas para practicar el amor propio, comer sano, tener una buena relación con tu pareja, militar la causa de la semana o saber qué crisis te toca hoy según la posición de los planetas en el cielo. Todo eso, y más, lo podés conseguir en Instagram, la red social que cuenta con 500 millones de usuarios diarios, de los cuales el 71% tienen entre 24 y 35 años. Que desde que arrancó la cuarentena hemos volcado nuestra atención hacia las redes no es ninguna sorpresa para nadie, aún así, los números sorprenden. 

En un estudio de la Universidad Necmettin Erbakan sobre el uso de redes sociales durante la pandemia, se descubrió que el tiempo que le dedicamos es de cinco horas diarias. Dos horas más que en el tiempo pre pandémico. La Royal Society for Public Health (Gran Bretaña), realizó una encuesta a 1.479 jóvenes entre 14 y 24 años, acerca de qué red social consideraban más perjudicial en cuestiones como la depresión, la ansiedad, la sensación de soledad y la evaluación del propio cuerpo: Instagram salió en primer lugar. Eso tampoco es ninguna novedad, hay numerosos estudios que dicen que les usuaries de esta red son más propenses a desarrollar problemas de salud mental. Angustia, ansiedad o estrés son las que están al comienzo de la lista. 

Y es que Instagram, se llenó de recetas que parecen ser máximas de vida. Lejos quedó la app para compartir tus fotos con amigues y familia. Actualmente, es el cine para mostrar lo aceptade, progre y feliz que sos. Nadie se queda fuera de esto: todas las tribus tienen sus máximas. Curioso es que la red que te ofrece las diez claves para amarte más, es la misma que te genera un estado de insatisfacción extrema. ¿Realmente es positivo consumir contenido que todo el tiempo te dice que no te estás amando lo suficiente? 

Pero, ¿cómo vamos a quedarnos afuera? Porque de eso se trata: de pertenecer, de que nos den los suficientes me gusta o que nuestras historias tengan muchas visualizaciones para sentir que encajamos. 

Paralelamente, estamos quienes nos sentimos saturades y con creciente necesidad de hacer una desintoxicación digital. A continuación, les voy a contar mi Aventura de Cuarentena: cerrar mi cuenta de Instagram.

Hacía unos cuantos días venía sintiendome contrariado respecto a los discursos que abundan en esta red y a pesar de eso, me tomé el tiempo para estar seguro de que quería cerrar la cuenta. Para hacerlo, investigué si podía sólo desactivarla y después volver con todo mi contenido intacto: se puede. Lo hice y desinstalé la aplicación. 

Qué se siente, me preguntó una amiga. 

Se siente bien. Se siente a libertad. Ya no tengo que estar atento al ojo virtual de les demás sobre mí, no hay obligación por subir contenido nuevo en tiempos inverosímiles, no se me enfría la comida por sacarle una foto ni me detengo horas pensando cuál es el mejor ángulo para la selfie. Lo que menos extraño es leer las formas en que es correcto amar, extrañar, doler y/o militar. Lo que más extraño es ese camino que tienen tan automatizado mis dedos, que apenas me quedo solo, agarran el celular y abren Instagram. Según el ánimo del momento, se ponen a bajar por el feed o pasar historias una tras otra. 

Ahora llegan sólo a desbloquear el celular y nos quedamos ahí, sin saber a dónde ir. Es como estar huérfano de red. Sin comunidad. Whatsapp es el pueblo, Instagram es la ciudad que nunca duerme.  Es tu posibilidad de mostrarle al mundo quién sos, qué haces, a quién amas, a quién defendes, qué militas. Es el filtro que le ponemos a nuestra realidad. El supermercado del cual abastecés tu mente para que se nutra. Le decís qué vida te gustaría tener, qué cuerpo alcanzar o qué ropa comprar. Dos días necesité para confirmar lo que sospechaba: no extraño para nada esta red. Mis amigues me pasan memes por Whatsapp y entonces ya no hay ninguna razón por la que desee volver. Salvo claro: esos momentos donde te acordas de una foto que viste, un texto que leíste, la cuenta de no sé quién y lo querés revisar o se lo querés mostrar a alguien, y te das cuenta de que estás fuera.

La balanza se desequilibra muy fácilmente cuando noto todo el contenido que estaba consumiendo por día. Hipersaturado de información que no necesito. De metas que no son las mías. De voces ajenas, que está bien que existan y las escuchemos, pero no cuando tanta voz externa te impide oír la propia. La duda que me carcomió antes de cerrar Instagram fue ¿por qué permanecemos en redes que nos hacen daño? 

No me comprometo a no volver a instalarla nunca, pero en esta semana descubrí algo: la vida es eso que pasa mientras fingís vivirla en Instagram.


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